jueves, 24 de marzo de 2016

BANCO DE IMÁGENES, 6

Con la irrupción de las Vanguardias (tema estudiado recientemente en las clases de 2º de Bachillerato), la literatura española se abrió definitivamente a Europa, encontrando espacio elementos como lo absurdo o no lógico, y lo onírico. Todo el caudal de materiales procedente del subconsciente puede liberarse a través de la literatura, poniéndose al servicio de una nueva dimensión para la creatividad, situada más en los sueños que en la realidad.
En esta línea me decido a proponer las imágenes de este mes; tres en vez de dos, a ver si se os ocurren algunos microrrelatos valientes, poco convencionales, surrealistas. Ya sabéis que los alumnos que se atrevan a intentarlo, deberán subir aquí una muestra de lo que escriban si quieren conseguir su pequeña recompensa académica.



4 comentarios:

  1. Sin cabeza.
    En este mundo yo era un loco, un ser sin razón ni objetivo, en definitiva, sin cabeza.
    Pero desde mi mundo ellos son los locos, los que no tienen razón alguna.
    Para poder aguantar la sordidez de lo ordinario he tenido que crear un reflejo de mi ser que se pueda camuflar en ese mundo blanco y negro que veo a través de mis gafas. Pero mi otro yo observa desde el otro lado del espejo, esperando esperanzado a que llegue un atisbo de luz con mi cabeza bien escondida.
    He llegado a contemplar a la gente desde cerca y las veo como figuras borrosas, son hormigas que siguen una linea recta en el gran hormiguero. Yo me siento aún más pequeño y entre ellas aún más perdido.
    Pero cuando consigo un momento de tranquilidad en mi alborotada cabeza me intento encontrar, escribo todas mis ideas ilusionado, y con un atisbo de esperanza corro con el corazón alegre buscando a alguien que me pueda escuchar y comprender. Me atrevo a enseñar mi cabeza.
    ¿Y sabéis que es lo que dicen cuando les muestro el interior de mi alma?
    -"Has perdido la cabeza muchacho"-
    -"Esta juventud..."-
    -"Estas loco"-
    Para mi el ser humano ha perdido las ganas de soñar, han decidido pegarse los pies a la tierra, y cuando ven un brote verde y nuevo salir le echan la culpa al fulgor de la juventud o a la locura de un individuo. Me llena de pena y de rabia. Me rindo ante el panorama, soy patético.
    Y por eso debo volver al otro lado del espejo, volver a esconderme con el miedo de que un día rompan mi mundo. Mis ideas están mejor escondidas.
    Hasta que un día todo cambia en mi pequeño mundo y veo alguien que anda entre la multitud, y en ese preciso instante algo cambía.
    Es una figura colorida y jovial, que anda entre la gente como si ese
    fuese su lugar natural.
    Cuando me acerco, me fijo en que tampoco tiene una cabeza normal, es muy grande y muy chillona, parecida a la mía, pero no la tiene escondida, sino que la muestra con orgullo, e incluso hace malabares con ella.
    La gente a su alrededor no parece molesta, se acercan y sonríen.
    Un aura cálida sale de esa persona y la contagia a su alrededor, incluso hay figuras con color en sus mejillas.
    La persona se me acerca, y como si fuese un truco de magia me saca una sonrisa al verle saludarme con una reverencia usando su cabeza de sombrero.
    Yo me atrevo a sacar la mía del otro lado y le devuelvo el saludo. Con ese cordial y mudo encuentro recupero un poco el color y ante esto la figura tal y como vino se fue.
    Y así me quede pensando en que podía significar esto, tanto estuve pensando que se me olvidó ocultarme , la gente me observaba extrañados, otros asqueados, y volvió el pesar a nublar mi mente.
    Hasta que entre la muchedumbre vi a una chiquilla con pocas primaveras que me miraba con verdadero deleite.
    Se acercó a mi y me regaló una dulce sonrisa.
    Intentando imitar a mi anterior compañero le ofrecí un sincero saludo.
    El cual ella felizmente aceptó y correteando se subió a una brillante bicicleta en la cual llevaba una cestita llena de cachivaches de colorines.
    Me quede con la imagen de la chiquilla que se alejaba en la lejanía.
    Ahora que llevaba mucho fuera del espejo me daba cuenta de que el mundo no era tan blanco y negro como recordaba, todo poco a poco recuperaba el color, aunque fuese ligeramente.
    Yo podía ser algo más chillón pero vi que no era el único.
    Me estaba cegando a mi mismo, me había perdido en el espejo creyendo que seguía un camino solitario, que bobo fui.
    Es verdad que seguía habiendo gente que me mira con repugnancia o que sigue llamándome loco, pero eso no debería hacer que me esconda en otro mundo o que quiera ocultar mi cabeza, eso debe ser lo que me haga levantar mi cabeza aún más alto (con la mano si hace falta) y que entre la multitud busque a personas que tengan una sonrisa cálida que compartir.
    De momento no necesitaré el espejo.

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  2. La verdad es que esta imagen en blanco y negro del caminante sin cabeza ponía en bandeja tratar algunos conflictos típicos de algún personaje introspectivo. La dualidad ante todo: ¿cuál de los dos lados del espejo es el que devuelve mi imagen real? ¿Qué plano designa el mundo consciente, ordenado y lógico, frente al subconsciente, más improvisado e intuitivo? ¿Qué dimensión me empuja a actuar son sensatez o al dictado de mis impulsos (es decir, "con cabeza" o sin ella)? Y, desde luego, la cuestión fundamental de la perspectiva: ¿quiénes son los locos, ellos o yo? ¿Será cierto que no soy más que un muchacho que ha perdido la cabeza, o serán ellos quienes no saben apreciarla o descubrirla detrás del espejo?
    El personaje narrador muestra todas esas dudas, y duda también si su mundo será el de este, o el del otro lado del espejo, preguntándose en cuál se muestra, y en cuál se esconde.
    Me gusta tu idea de asociar la compañía al color y el aislamiento al no-color. Cuando otra presencia surrealista conecta con el narrador hay un intercambio de saludos y sonrisas, y aparece la calidez del color; lo mismo pasa luego otra vez con el personaje de la niña que se monta en la bicicleta de colorines. Es entonces cuando el protagonista decide desterrar su aislamiento temeroso, e intentar compartir su camino abriéndose al mundo, y en un brillante final, decide que para eso, de momento, ya no va a necesitar el espejo.
    Ángela, te has atrevido con un tema difícil, muy conceptual y filosófico, y has salido bien parada. Has vadeado bastante bien "la sordidez de lo ordinario" con un texto que obliga a desdoblar la propia realidad y a explorar la posición y las actitudes de una persona, sola y desvalida, frente al mundo. Enhorabuena.

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  3. No mi reflejo.
    Una niña regordeta, inocente y feliz baila con el reflejo de lo que la sociedad quiere de ella en un futuro: una persona pétrea y gris, sin sueños ni ambiciones, sin pasiones ni anhelos; una persona que se limite a anotar en el gran libro de su vida lo que la sociedad le dicta para que desde la suela de sus tacones hasta la coleta de su cabeza quede patente la presión mezquina de la sociedad. (+)

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    1. Este es un arranque muy potente, que me gusta mucho porque da un sentido desde el principio a la ambivalencia que plantea la imagen. Creo entender que la proyección de esa niña a un mundo futuro no augura nada bueno. La estatua representa su futuro en un mundo encorsetado y gris (hay un peinado más elaborado y un rol social -representado en los tacones- esperando a que el sujeto pueda dar la talla).
      La sociedad, según tu punto de vista crítico, pretende inmovilizar al individuo, dejarlo desnudo y desvalido frente a un mundo lleno de reglas coercitivas y convenciones injustas. Y sin embargo, la inocencia, la gracia, la espontaneidad de la niña ponen todas las notas de color. Ella pretende justo lo contrario: que su proyección futura pueda moverse libremente para que su encaje en la sociedad no sea traumático. Mientras el rostro de la niña evoca travesura y diversión, la expresión de la estatua parece reflejar pena o preocupación. No se sabe bien si están jugando, o están forcejeando.
      La escena, entonces, puede interpretarse como un baile o como un duelo. Es un punto de vista muy interesante, Irene, que no se me había ocurrido a mí. Enhorabuena.

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